Ayer fue un día «difícil de digerir».
Sucede de vez en cuando… La boca se abre de par en par, y dice sinceridades que no todos están dispuestos a aceptar. Digo lo que siento. Digo lo que otros opinan y han transmitido. Digo lo que creo que debo decir en el foro donde debe hacerse: un claustro, una reunión de profesores de la etapa, y no en un pasillo, donde todos hablamos con boca grande porque «no nos escuchan los de arriba».
Supongo que es lo que hay. Pero a veces cuesta. Cuesta porque una cree todavía en la libertad de opinar, sin censuras, y cree en las posibilidades que da la unión, y en la necesaria reivindicación de tanto en tanto y un largo etcétera que ahora no viene a cuento comentar.
Por eso, cuando la boca y el corazón hablan, y otros callan (por miedo, por pereza, por no pringarse más allá, por quedarse a salvo…y tantos etcéteras) a una le cuesta digerir los silencios. Le cuesta digerir que lo que muchos dicen en el café, en el pasillo, no sean capaces de defenderlo en el momento adecuado que, repito, en un colegio,creo que es el claustro, la reunión de etapa, y no un pasillo.
La vida enseña, pero yo no aprendo. Sigo creyendo que es posible. Y eso, al cabo, sólo significa que te quedas solo en la defensa de lo que todos piensan.
Ayer llegué a casa derrotada,ahora pienso que quizá es una victoria. No me han convertido (todavía) en lo que quieren que sea, sigo siendo lo que soy.